martes, 26 de noviembre de 2013

Hablemos bajito

Puede ser algo tan patético o tonto
como decir que se es alérgico a la felicidad...

En cualquier caso, a veces pienso eso.
Y pienso que el destino o  la vida, o lo que sea esto que se vive
es como un camino que alguien nos pone delante
y también pone las piedras con las que tropiezas,
o los árboles que dan sombra y seguridad...

Y a veces tengo la impresión de que está escondido
por ahí, detrás de algún matorral,
como esperando ese momento en que estás más tranquilo,
más feliz, y entonces salta y de repente tira todo lo q has construído.

Algo así como encontrarte con un viejo amigo
que te pregunta "Hey, ¿cómo estás?"
Y luego de pensar un poco te das cuenta
de que estás verdaderamente bien, y
"¡Estoy muy bien!"- respondes feliz.

Y como si aquél que estaba oculto hubiese esperado a oírte aquello
y de repente, todo tipo de desgracias llegan una tras otra.
Y no sabes, no entiendes qué sucedió...
Hace solo unas horas todo estaba bien,
todo estaba en orden.
Y ahora...
¡¿Y ahora?!!!

¿Qué pasó?
¿Por qué todo está tan revuelto?
y no encuentro la forma de arreglar este estropicio.

Y no sé, a veces me da la impresión de que mi vida tiene alergia a la felicidad.




lunes, 11 de noviembre de 2013

La casa que quería

Y ellos pensaban que era una casa hermosa.
Ellos jamás imaginaron cuál era el tesoro escondido que albergaba.

La gente pasaba mirando la casa donde ella vivía.
Los hermosos detalles de la construcción hacían pensar en un palacio.
Los hermosos jardines floridos recordaban los campos elíseos.
Las altas ventanas con pulcros cristales y cortinas brillantes
hablaban de habitaciones de ensueño
con papel tapiz en las paredes,
mosquiteros de seda,
sábanas doradas.

Muchos querían aquella casa,

muchos asomaban su rostro por las ventanas,
pero las ventanas siempre estaban cerradas,
y las cortinas impedían echar alguna mirada.

Muchos querían aquel castillo,
ingresar y vivir en él.
Imaginaban que era un palacio donde sus sueños serían realidad.
Soñaban que la felicidad habitaba en él.

La dueña de la casa no dejaba a nadie pasar,
de pie trás la puerta escuchaba los escuchabar llamar.
Tocaban el timbre o se ponían a cantar desde la puerta,
inventaban mil y un maneras de hacer llegar su voz.
Y trataban de ocultar el terrible deseo de adueñarse de aquella casa,
ese dulce palacio, y los tesoros que pudiera albergar.

La dueña, que vivía en la casa, siempre vestía impecablemente una seria expresión,
Se asomaba a veces a la ventana, o paseaba por el jardín.
La gente la veía y soñaba con la reina de aquella mansión.

Pasaban los días, los meses, los años, 
Muchos siguieron tocando a la puerta.
Pocos saben que alguna vez la dueña dejó a alguno pasar.
Como aquél joven de la dulce sonrisa,
la cantarina voz, los finos cabellos, la angelical expresión.
La dueña había vivido siempre sola,
su ascetismo era decisión propia,
pero aquél joven era diferente y por eso lo eligió.

Él, a diferencia del resto, nunca ocultó su verdadera intención,
ella como reconocimiento a eso le permitió pasar.
Le mostró la casa, un largo recorrido que abarcó
desde el sótano hasta la azotea,
pasando por los salones, las habitaciones, los corredores
e incluso descubrieron algunos pasillos secretos.
El joven maravillado andaba como en un sueño
y caminaba cada vez rápido, acelaraba el paso,
buscaba algo que no encontraba, y buscaba y buscaba.

¿Qué era lo que buscaba? se preguntaba la dueña,
le mostró toda la casa y él no había encontrado lo que buscaba.
Casi al final del recorrido el muchacho trastabrilló,
se detuvo de espaldas a ella e hizo una pregunta.
La casa le respondió.

La casa estaba vacía, no había muebles, ni cuadros en las paredes.
En los comedores no había mesas ni sillas,
en las habitaciones no había armarios ni camas ni mosquiteros,
las cocinas vacías, los baños vacíos, los salones vacíos.
La casa estaba vacía.
Tan solo la dueña, de pie cerca al muchacho, ella era todo lo que había en la casa.

Entonces el muchacho giró a verla, y era diferente su expresión,
como si hubiese estado soñando un hermoso sueño y del que de pronto despierta
y descubriera que aquello no era con lo que estaba soñando.
La decepción se notaba en sus ojos que ya no sonreían,
en su palabras amables pero frías,
en sus gestos tiesos, en su voz sin corazón.

Y porque era un caballero no quería dejar ver su desazón,
pero aquél joven era transparente y la dueña lo notó.
Sonriendo le detuvo de buscar excusas,
le dijo que comprendía y amablemente lo despidió.
El intentó gesticular alguna disculpa,
pagar tesoros como compensación,
ella le consoló, era mejor no decir más nada,
no era la primera vez que pasaba,
estaba bien que sólo se marchara.

El joven se fue y se perdió en la noche,
la dueña se quedó de pie en la puerta hasta que lo perdió de vista,
Siempre era triste verlos marchar, pero conservaba una pequeña sonrisa,
a fuerza de voluntad.

Luego entró, cerró la puerta con llave y candado,
tiró las llaves por ahí
y regresó a su habitación.

La habitación estaba vacía como toda la casa,
sin luces, las cortinas corridas, las ventanas cerradas.
La dueña se recostó en el piso, en medio de la habitación,
y sin darse cuenta, poquito a poco se durmió.